Esto que te voy a contar le pasó a una amiga.
Amiga, pero no clienta.
Ella trabaja en el sector de compras para una multinacional de alimentos. En una oficina donde todos los días tenés que jugar el mundial por el mejor look.
¿Desgastante?
Seguro.
Para ir al trabajo venía usando una cartera tamaño medio. Para llevar lo básico estaba bien, pero la notebook no le entraba. Entonces tenía que sumar una mochila para poder llevar la notebook al trabajo. Mochila + cartera chica.
Ya empezaba a jugar con desventaja en el mundial del mejor look.
Y eso no hubiera estado tan mal.
Porque casi todas hemos hecho lo de sumar la mochila a una cartera donde no te entra todo.
Pero el día en que ella tenía una reunión cara a cara con el presidente de su empresa para presentarle su nueva propuesta, pasó algo.
Por la mañana, caminando hacia la oficina, la asaltó una duda. Pensó que había olvidado el cargador de la notebook. Si la reunión con el presidente se extendía, la batería de la computadora se agotaría en medio de la presentación.
Entonces aminoró la marcha y se detuvo a revisar su mochila. Sintió alivió, el cargador de la computadora estaba.
Pero cuando quiso cerrar su mochila, el cierre dijo no.
“Hasta aquí llegué querida”
Forcejeó y maldijo en silencio. El cierre seguía clavado y la mochila completamente abierta.
Para llegar a la oficina, le faltaba recorrer la mitad del camino. Con la mochila así, mostrando todo lo que tenía dentro, mi amiga no estaba tranquila.
Para peor estaba en una zona repleta de transeúntes.
Gracias a su querido cierre, se acababa de convertir en un imán para los amigos de lo ajeno.
Revolvió la mochila con esperanza y encontró la salvación
Una bolsa de tela de supermercado, esas que promocionan el cuidado del planeta en su estampado.
¿Y qué hizo con la bolsa?
Metió ahí adentro la mochila con el cierre boca abajo. Las cosas no se veían desde afuera y ya no podían caerse fuera de la mochila. Se colgó la bolsa de supermercado al hombro.
Ahora se sentía más tranquila.
Bueno, no tanto.
Miró el reloj. Estaba llegando tarde a la reunión.
Empezó a correr.
Cuando llegó a la oficina, atinó a dejar su cartera en su escritorio y entró como un rayo a la sala de conferencias.
Ya estaba todo su equipo de trabajo esperando en el recinto.
El presidente de la empresa estaba en la cabecera de la mesa, mirando su teléfono, haciendo scroll en alguna red social.
El aire se cortaba con cuchillo
Y ella con su bolsa de supermercado a cuestas.
Sacó la notebook para iniciar la presentación e intentó ocultar la bolsa de supermercado al costado de la silla.
“¿Hiciste la compra de super de la semana antes de venir?” bromeó un colega.
Entonces el presidente dejó de mirar su teléfono.
La miró serio.
Hubo 3 segundos de tensión.
Y luego rió.
Todos en la sala se rieron.
Ella sonrió, aún más nerviosa.
Bueno.
No voy a decir que la bolsa de supermercados echó todo a perder, aunque hubiera sido una hermosa lección.
No fue eso lo que pasó.
A pesar de todo, la presentación salió bien, al presidente le gustó y aprobó el proyecto.
Pero a mi amiga no le gustó nada vivir esa situación.
Me la contaba y se estresaba.
Y esa situación era y es totalmente evitable.
Un detalle importante que no podemos ignorar
Lamentablemente les pasó a muchas de las mujeres que conocí. Sus carteras, o mochilas estaban en perfecto estado.
Pero de repente dejaron de servirles y tuvieron que tirarlas. ¡Carteras de más de 300 USD que terminaron en la basura!
¿Gracias a quién?
Gracias al cierre.
El cierre se les rompió o se les trabó.
Este problema es muy habitual en los cierres plásticos que usan casi todas las marcas, y pasa también con los cierres metálicos comunes.
En mi guía gratuita (específicamente en la página 15) te explico cómo elegir una cartera o mochila cuyos cierres no te fallen.
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